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Es una ciudad muy bonita para pasar uno o dos días, visitando la casa al revés, el Museo Nacional Estonio, el Science Center y la fábrica de cerveza A-Le Coq. También tiene algunos monumentos religiosos (ruinas de la catedral, iglesia de San Juan) y una bonita plaza del ayuntamiento con una calle peatonal en la que hay multitud de bares y restaurantes.

Es una ciudad con mucho encanto. La plaza central es muy bonita, aunque cuando fuimos estaban montando un escenario que tapaba el ayuntamiento y estropeaba un poco la panorámica. Es una ciudad para callejear. Comimos en un restaurante escondido en medio del parque con comida típica estonia y de muy buena calidad.

Una población pequeña, con una parte céntrica más bien pintoresca... y que está sorprendentemente llena de museos teniendo en cuenta su número de habitantes. Esto se debe a la presencia de la Universidad de Tartu, no sé si la única o la más importante del país. La mayor parte de los museos estaba vinculado directamente con la universidad. Es una población tranquila, segura y desde el punto de vista de una persona de cultura latina, un poco aburrida. Pero esto es consecuencia del carácter introvertido, aislado y discreto de los estonios. Fui a finales de marzo, comienzo de primavera, y las temperaturas diurnas estaban un poco por encima de cero grados y las nocturnas un poco por debajo. Al contrario de lo que parece ser habitual, no nevó en los 4 días en los que yo estuve allí. Hay una completa red de transporte público por medio de autobuses bastante económicos.